Ese de la foto soy yo, después de estar desnudo delante de un montón de personas.

No es mi mejor foto, pero salgo haciendo una de las cosas que más me gustan: comer pizza mientras me bebo una copa de vino con la compañía de mi señora en un sitio bonito.

Fue este verano. Estábamos de vacaciones en la costa brava, hacía frío y acababa de caer una tromba de agua del copón.

Ese mismo día, por la mañana, hizo un sol espléndido, y le propuse a Sonia ir a una cala que teníamos a 10 minutos andando.

Había visto fotos y era más bonita que la playa que teníamos más cerca.

Como mi mujer se fía de mi (siempre) buen criterio, para allá que fuimos.

Resultó que era una cala nudista.

Y, aunque también había gente con bañador, cuando llegamos, a primera hora, había más gente mostrando sus encantos que ocultándolos.

Sonia es muy pudorosa para estas cosas, así que esperaba que en cualquier momento me dijera que nos diéramos la vuelta nada más ver el percal. Pero misteriosamente, eso no ocurrió.

Buscamos un sitio recogidito sin gente alrededor, y ante la mirada incrédula de mi señora, me quité el bañador por primera vez en mi vida en una playa pública.

Ella, ni de coña.

Yo soy de los que se toma en serio el dicho “donde fueres, haz lo que vieres”.

Total, tampoco había mucha gente.

Pero a medida que avanzaba la mañana, cada vez más gente llegaba a la cala y se iban colocando donde había hueco, hasta que llegó un punto en el que estábamos rodeados de gente donde antes solo había desierto.

Y nadie, absolutamente nadie más a nuestro alrededor se quitó el bañador, por lo que llegó un momento en el que yo era el único gilipollas de la zona en pelota picada.

Para colmo, Sonia se había dejado su toalla en el camping, por lo que tenía que compartir la mía con ella. Lo cual hacía más vergonzosa la situación y me dejaba menos espacio para maniobrar.

Sonia se descojonaba.

Yo me estaba empezando a sentir incómodo, pero había que apechugar con la decisión y lucir con orgullo mis encantos.

Y eso es lo que hice hasta que recogimos la toalla y nos fuimos.

Durante la cena de la foto, nos dio un ataque de risa recordando la escena de la mañana. Más concretamente, cuando le dije:

“Si decidiéramos tener un hijo ahora, saldría moreno”.

Es normal que no te haga gracia ahora. Es una de esas cosas que contadas pierde toda la magia, pero nos dolía la mandíbula de reír y la gente nos miraba raro.

Después de esa cena, pasó una cosa que quizá te cuente otro día, pero hoy no, que se hace tarde.

¿Y qué hago cuando no estoy en la costa brava enseñándole la titola a todo el mundo ni comiéndome una pizza?

Pues después de esas vacaciones, como siempre, tocó volver al mundo real, y en el mundo real no me paso el día en pelotas en la playa ni comiendo pizzas.

Lo más probable es que dentro de ese mundo esté haciendo webs. O cosas relacionadas con webs.

Porque eso es lo que hago.

Me gano la vida haciendo webs. Llevo así unos cuantos años, y seguiré haciéndolo mientras haya gente que siga confiando en mí y sigan contratándome.

Hay algún despistado que hasta me contrata dos veces o me recomienda a colegas suyos después de haber trabajado conmigo.

Tú puedes contratarme o puedes no hacerlo. Como tú veas.

Pero debes saber una cosa muy importante:

Hay una GRAN diferencia entre una web que vende y una web que no.

Las primeras, cumplen cuatro puntos indispensables que tiene que tener una buena web.

Están hechas con una estrategia detrás, pensando cada elemento que se añade.

Las segundas, se hacen de cualquier manera y sin tener en cuenta esos cuatro puntos. Y rapidito, que en seguida hay que ponerse con la siguiente.

Si le quieres sacar un punto positivo a este tipo de webs, es que te pedirán poco dinero por ellas.

Yo hago de las primeras.

Trabajo con gente que es consciente de la importancia de una web para un negocio o proyecto online.

Con gente que no se conforma con tener una web mediocre simplemente porque hay que tener una web y ya está.

Si tú eres de consciente de ello, deberías suscribirte. Te contaré cómo puedo ayudarte con tu web, te enviaré una mini guía (la lees en menos de 5 minutos) en la que te explico cuáles son los 4 puntos que debe cumplir una web que consigue clientes, y podemos reunirnos virtualmente para charlar sobre tu proyecto si te apetece. Es gratis, y darse de baja, también.

Y no te recibiré desnudo.

¿Todavía sigues aquí?

Bueno, pues sigamos…

¿Por qué te he contado la historia del día que me quedé en bolas en la playa?

La mayoría de la gente utiliza esta página para tirarse flores y contarte por qué sería maravilloso (para ti) que les contrates.

Se podría decir que la página “Sobre mí” es el Instagram de las webs.

Todo es perfecto. No hay ni una foto mala. Todos son súper profesionales. La persona que la escribe es envidiable.

Y te voy a decir dos cosas.

La primera, es que yo no soy perfecto.

No tengo títulos universitarios colgados en mi pared, dejé bachillerato porque no me gustaba estudiar y me metí en FP y, además, soy un poco despistado.

Tampoco tengo fotos de postureo que poner en esta página con un ordenador delante, con el móvil en la oreja haciendo ver que estoy hablando con alguien, o dando una conferencia ante montones de personas con un micro de diadema.

La segunda, es que la gran mayoría de páginas “Sobre mí” suenan todas iguales.

Si estás buscando a alguien que te haga la web que necesitas y estás comparando entre varios profesionales, seguramente encontrarás a muchos “expertos en WordPress” con “10 años de experiencia” y “2 carreras y 4 masters” que te dirán cosas como “deja el diseño de tu web en buenas manos”.

Y tú, mientras estés leyendo todos esos mensajes repetitivos e insulsos, que no sabrás diferenciar una web de otra, estarás pensando en el idiota aquel que se quedó desnudo rodeado de un montón de personas y que también decía que se dedicaba a hacer webs.

Y justo ahí, en ese momento, sin darte cuenta, por tu boca saldrá un fuerte y sonoro:

“Qué cabrón”.

Tu correo aquí para conseguir una web que te diferencie de la competencia: